Hace tres años, con motivo de su anterior exposición individual en la Galería Sokoa, tuve la oportunidad de presentar la obra de Pilar Pérez Hidalgo. En aquella ocasión lo que me pareció más característico de su pintura fue una serie de sobresalientes cualidades, fácilmente perceptibles, y que, con mayor o menor fortuna, intenté poner de manifiesto. Hablé de la seguridad y energía que presentan sus trazos, de la intensidad cromática que desprende su pintura, de sus texturas, de su fuerza expresiva y, en definitiva, de su impecable factura. Hoy estoy seguro de que todo esto, siendo sin duda cierto, y ya de por sí digno de elogio en cualquier pintor, es sólo un medio, el instrumento del que se vale esta artista para dar a conocer todo su mundo interior.
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Cuando contemplamos su pintura quedamos fascinados, embrujados, transportados a un mundo que, por otra parte, nos resulta familiar. Hay algo en sus cuadros, que no somos capaces de adivinar y mucho menos describir, que nos identifica con ella y con su obra. Nos sentimos cómodos y atraídos, percibimos un sin fin de sensaciones agradables y no sabemos exactamente el por qué. Entonces pensamos que quizá son los colores, o las formas, o tal vez el estilo, o la fuerza de su espátula lo que nos apasiona y hace que sus cuadros nos llamen tan poderosamente la atención, pero somos conscientes de que hay algo más. Y es que lo decisivo en su pintura no es lo que se ve, sino lo que se siente. Esto es, el despertar de nuestro lado más amable y sincero.
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La Galería Sokoa nos presenta en esta exposición un conjunto de bodegones y paisajes que son, sin duda, un excelente reflejo de la trayectoria artística de esta pintora y una clara manifestación de su dedicación, esmero y, sobre todo, de su tolerante, sensible e íntima personalidad. Cada pincelada está impregnada de todo eso y del más hermoso de todos sus pigmentos, del cariño hacia su madre que, desde la eternidad, sigue inspirando toda su obra y su vida. Por eso, si nos fijamos bien, entre estos óleos descubriremos lo mejor de nosotros mismos.
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Fernando Pérez-Iñigo García Malo de Molina
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